jueves, 10 de octubre de 2013

España y la desmemoria histórica.

Comienzo a escribir esta entrada en la terraza del bar de un hostal de mochileros en Phnom Penh. Es de noche, y el informe meteorológico indica 28º de temperatura y una humedad del 84%. El ambiente es agobiante, pero cualquiera acostumbrado a los veranos en Barcelona está más que capacitado para soportar estas condiciones. La sensación de agobio que ahora mismo me embarga no tiene nada que ver con el clima. Ni con comidas exóticas, ni con los proverbiales problemas de tráfico o contaminación de las grandes urbes asiáticas, a los que Phnom Pehn no es ajena. Es una sensación de incomodidad que acostumbra a asaltarme después de visitar ciertos monumentos muy concretos. Es la conciencia de que muy cerca de esta engañosamente tranquila terraza, a apenas la vuelta de la esquina de una bulliciosa arteria por donde cientos de motocicletas luchan cada día por un palmo de asfalto, a un par de cuadras del lugar donde comienzo a escribir estas lineas, se encuentra uno de los más impresionantes monumentos a la miseria más abyecta del ser humano: la infame prisión S-21, donde miles de disidentes políticos fueron torturados y ejecutados durante la dictadura de Pol Pot, hoy convertida en museo memorial a las víctimas del tirano. Pero no se engañen, aunque visitar un lugar así es siempre una experiencia deprimente, tampoco tiene nada que ver con la sensación de agobio que ahora siento. O al menos, no del todo. Es la conciencia de que, bueno, ¿donde está en España el monumento que honre a las víctimas del general Franco, uno de los tiranos más sanguinarios y execrables que ha producido la raza humana? ¿Donde el museo donde se explique, con espeluznante detalle, los horrores a los que sometió a su pueblo? ¿Donde el mausoleo donde reposen, con la dignidad exigida, los restos mortales de sus víctimas? Nada de todo eso que en Camboya, como en tantos otros países con periodos oscuros en su historia, no solo existe, sino que además forma parte destacada de las visitas consideradas imprescindibles en cualquier guia turística, existe en España. A día de hoy, los restos de miles de personas masacradas por el régimen dirigido por este asesino de masas siguen desperdigados por las cunetas de las carreteras, sin un monumento que honre su memoria que pueda ser visitado por locales o extranjeros.

 Uno de los barracones de la antigua prisión S-21, conservado tal cual era.
Foto del autor del texto.



Esa es la cuestión. Dicen que viajar te hace mas sabio. No estoy yo seguro de la verdad de esta afirmación, ya que el mundo esta lleno de gente que lo cruza buscando simplemente un lugar donde emborracharse en un clima más amable y a un precio más asequible que los de su ciudad de origen. Pero si uno va por el mundo con los ojos un poco abiertos, a poco que se fije se da cuenta de vive rodeado de infinidad de paletos que se creen los mejores simplemente porque nunca se han comparado con nadie. Y aquí voy a enlazar con el tema con el que comenzaba, para disparar, imagino que ya lo adivinan, contra esa cosa llamada "modélica transición española". Esa farsa grotesca, esa mentira repetida un millar de veces con la única intención de que se convierta en verdad, y así tapar las miserias de tanto malnacido que anda por ahí con la cabeza muy alta, cuando debería de esconderse avergonzado en el fondo del más miserable agujero.

España, ese país de bravucones creídos que van por el mundo dando lecciones de como hacer las cosas a gentes que las hacen mil veces mejor que ellos. En vez de ponerse como ejemplo de "modélica transición" a otros pueblos, los españoles deberían callar la boca y tomar ejemplo de ellos sobre como se hacen estas cosas. Prácticamente cualquier país del mundo que haya pasado de la dictadura a la democracia (o por lo menos, a ese concepto devaluado que hemos asumido hoy día que es la democracia) en los últimos tiempos lo ha hecho infinitamente mejor que España. No voy a decir que hayan sido transiciones modélicas. No ha habido, ni me temo que jamás habrá, tal cosa en lugar alguno. En todas partes han habido malnacidos que han sabido cambiarse la chaqueta a tiempo, para poder garantizarse un mínimo de impunidad y seguir medrando tras el cambio de régimen. Pero el nivel de desvergüenza con que tal cosa ha sucedido en España es épico.

Somos el único país del mundo donde la única persona que ha sido encausada y sentenciada por culpa de los crímenes del franquismo es el juez que quiso juzgarlos. Y no seré yo quién defienda a un personaje con tantas sombras como Baltasar Garzón, pero es un hecho que nadie se metió con él hasta que intentó levantar la alfombra que no debe ser levantada. Nos ofendemos porque en Argentina investigan ahora lo que nosotros no nos atrevemos a investigar, obviando el hecho de que antes de juzgar a nuestros criminales, los argentinos tuvieron coraje suficiente para juzgar a los suyos, derrogando una infame ley de punto final que pretendía que sucediese allá lo mismo que sucedió en España. Tememos en el fondo de nuestro ser que algún anciano al que aun reverenciemos como pilar de esa "modélica" transición acabe con una orden internacional de búsqueda y captura sobre su cabeza. Que mala suerte que los crímenes de lesa humanidad tengan jurisdicción internacional. Aunque el tiempo que ha pasado hará que algunos nombres notables hayan conocido la tumba antes que el banquillo de los acusados.

España, ese país donde todo un ex-ministro, tras calificar un proyecto de ley sobre memoria histórica de "ley del rencor", se atreve a decir que el franquismo fue una etapa de extraordinaria placidez, y no solo no le cae la cara al suelo de vergüenza inmediatamente, sino que encima los suyos le aplauden, cuando deberían correrle a gorrazos por hacerles pasar el bochorno que cualquier persona civilizada sentiría al oír semejante aberración. Ese país donde diversos cargos del partido del gobierno, entre ellos algún concejal, posan orgullosos haciendo saludos nazis o exhibiendo la bandera española adornada con el repugnante pajarraco negro símbolo del tirano. Donde una alcaldesa no tiene reparos en autorizar la utilización de una escuela pública para celebrar un mercadillo de compra-venta de parafernalia fascista. Por no hablar de la infinidad de monumentos que aun ensalzan la figura del genocida y sus cómplices que tenemos desperdigados por la geografía española, comenzando por el mismo mausoleo faraónico donde aun está enterrado el tirano, como si de un gran héroe se tratase. Trasládense sus restos mortales a una sepultura discreta y conviértase semejante engendro arquitectónico en el museo de execración de sus crímenes que la dignidad exige que España tenga de una vez por todas. No se me ocurre lugar más apropiado para tal fin.

Mientras tal cosa no haya sido hecha, mientras la memoria de las víctimas no haya sido reivindicada, y la de los asesinos execrada, un español no podrá visitar lugares como el museo que citaba al principio de este artículo, o otros similares, como el que también existe en el antiguo campo de exterminio de Auschwitz, o el museo del apartheid en Soweto, o el museo de los derechos civiles de Memphis, construido en el mismo lugar donde Martin Luther King cayó asesinado por un fanático racista, o tantos otros lugares donde pueblos infinitamente mas dignos que el español muestran los periodos más oscuros de su historia como enseñanza y al mismo tiempo como compromiso para evitar que tales cosas vuelvan a pasar. Un español no podrá visitar tales lugares, decía, sin sentir una profunda vergüenza. Sin que su pasaporte no le pese en el bolsillo como una losa. Sin sentir que sus pies no son dignos de pisar tales lugares, porque forma parte de un pueblo que tiene una deuda con la Humanidad. Hay un genocida cuyos crímenes no han sido expuestos, y cuyas víctimas no han sido reivindicadas, y solo el pueblo en cuyo seno nació y cuyos crímenes sufrió puede y debe hacer tal cosa. A mi, al menos, me pasa algo parecido cuando voy a uno de estos sitios. E imagino que no soy el único en sentir esa mezcla de vergüenza y envidia cuando ve los monumentos con que otros pueblos honran a las victimas de sus tiranos.

Y si por el contrario, es usted una de esas personas que piensa que hay que dejar a los muertos en paz, no remover el pasado, no resucitar viejos rencores, etcétera, la cosa está muy clara: es usted o bien un imbécil, o bien un canalla. Lo siento, en este caso no hay tercera opción.

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