En el momento en que escribo estas líneas, en España ya llevamos un par de días surfeando sobre la cresta de la ola que ha causado, en la charca pestilente de aguas estancadas que es la política estatal, la última piedra arrojada por el preso en espera de juicio más famoso de España, el ex-tesorero del Partido Popular Luis Bárcenas, con su entrevista en exclusiva en la edición del 7 de julio de 2013 del diario El Mundo, y la posterior entrega del primero de una presumible serie de documentos, entre los que se encontrarían tanto los originales de aquellas copias a las que en su día tuvo acceso el diario el País, que las publicó en su edición del 31 de enero de 2013, como otros aun desconocidos, y cuyo contenido se presume sería demoledor para importantes figuras del partido gubernamental en España, entre ellas el mismo Mariano Rajoy. Las ramificaciones de este escándalo de presunta financiación ilegal y cobro de sobresueldos irregulares se extienden en el espacio y en el tiempo, y no hay lugar que parezca a salvo de su contaminación. Enfrentados a la tormenta perfecta, entre los miembros del Partido Popular parece que se ha impuesto una táctica desesperada de supervivencia: ha llegado la hora del silencio.
El silencio. Callar. Eludir la cuestión. Negarse a comparecer en sede parlamentaria. Responder a las preguntas de la prensa con evasivas o, directamente, no hacerlo. Escurrir el bulto. Disimular. Confiar en que la fortaleza de su organización politica sea suficiente para resistir el embate del tsunami, y que, con un poco de suerte, haya tiempo de reparar los destrozos una vez las aguas hayan bajado. Mientras tanto, nadie debe decir una palabra. Ni siquiera debe pronunciarse el nombre de Luis Bárcenas. El ex-tesorero del Partido Popular se ha convertido en una segunda versión del villano de la saga Harry Potter, cuyo nombre no debía pronunciarse, pues una maldición podía caer sobre aquel que fuera tan imprudente como para hacerlo. Igualmente, el nombre de Luis Bárcenas introduce una ominosa sombra en las conversaciones entre los miembros del Partido Popular, la sombra de la duda acerca de quien puede estar contaminado por su marca. No se debe mostrar familiaridad con quien hasta hace poco era un miembro apreciado del grupo, alguien por quien poner la mano en el fuego. Ahora es un paria, cuyo nombre ni siquiera debe pronunciarse.
Y es esta repentina marginación la que probablemente esta en el fondo del nuevo y espectacular giro de los acontecimientos. La vendetta de quien se siente abandonado por los suyos, y no acepta ser la cabeza de turco que cargue con las culpas de todos, mientras que aquellos que se han beneficiado de sus acciones queden libres para llevar una vida de vino y rosas. Como en esas peliculas de mafiosos donde el alcalde, senador o congresista corrupto, ante la presión del heroe, quiere romper su asociacion con el capo mafioso, y este le espeta "si yo caigo, tu caerás conmigo". De igual manera Barcenas, el hombre que conoce todos los secretos turbios de Génova 13, parece resuelto a cantar como Caruso, y arrastrar en su caída a aquellos que siente que no le han protegido. Y la ciudadanía asiste pasmada a esta guerra fratricida entre antiguos socios en negocios turbios, con la sensación de estar atrapada dentro de una novela de John Grisham.
Una ciudadanía a la que, además, se toma por idiota. No pueden entenderse de otra manera si no, algunas actitudes de las últimas horas de miembros del Partido Popular, tratando de arropar a su líder, en el sentido de que romper el silencio sería hacerle el juego a quien no es más que un delincuente, a quien se debe simplemente ignorar. Esa táctica puede que sirva para las bravatas de un borracho durante una noche de fiesta, pero ante acusaciones tan graves en un asunto tan turbio, no. En un caso así, o se sale inmediatamente a defender el propio honor con palabras muy duras contra quien te acusa de cosas tan sucias, o se instala firmemente en los espectadores de la pelea la idea de que callas porque tienes miedo. Que es lo que esta empezando a pasar. Los españoles comienzan a pensar que esto ya va mas allá de la costumbre de Rajoy de sentarse a esperar que los problemas se resuelvan solos. Que lo que en realidad pasa es que Bárcenas conoce demasiados trapos sucios como para que nadie se atreva a alzar la voz contra él. Un panorama que obliga a confiar en la suerte y esperar. Mientras tanto, se impone la ley del silencio. El silencio de los peperos.
El-que-no-debe-ser-nombrado saludando a público y prensa. Foto de La Vanguardia.
El silencio. Callar. Eludir la cuestión. Negarse a comparecer en sede parlamentaria. Responder a las preguntas de la prensa con evasivas o, directamente, no hacerlo. Escurrir el bulto. Disimular. Confiar en que la fortaleza de su organización politica sea suficiente para resistir el embate del tsunami, y que, con un poco de suerte, haya tiempo de reparar los destrozos una vez las aguas hayan bajado. Mientras tanto, nadie debe decir una palabra. Ni siquiera debe pronunciarse el nombre de Luis Bárcenas. El ex-tesorero del Partido Popular se ha convertido en una segunda versión del villano de la saga Harry Potter, cuyo nombre no debía pronunciarse, pues una maldición podía caer sobre aquel que fuera tan imprudente como para hacerlo. Igualmente, el nombre de Luis Bárcenas introduce una ominosa sombra en las conversaciones entre los miembros del Partido Popular, la sombra de la duda acerca de quien puede estar contaminado por su marca. No se debe mostrar familiaridad con quien hasta hace poco era un miembro apreciado del grupo, alguien por quien poner la mano en el fuego. Ahora es un paria, cuyo nombre ni siquiera debe pronunciarse.
Y es esta repentina marginación la que probablemente esta en el fondo del nuevo y espectacular giro de los acontecimientos. La vendetta de quien se siente abandonado por los suyos, y no acepta ser la cabeza de turco que cargue con las culpas de todos, mientras que aquellos que se han beneficiado de sus acciones queden libres para llevar una vida de vino y rosas. Como en esas peliculas de mafiosos donde el alcalde, senador o congresista corrupto, ante la presión del heroe, quiere romper su asociacion con el capo mafioso, y este le espeta "si yo caigo, tu caerás conmigo". De igual manera Barcenas, el hombre que conoce todos los secretos turbios de Génova 13, parece resuelto a cantar como Caruso, y arrastrar en su caída a aquellos que siente que no le han protegido. Y la ciudadanía asiste pasmada a esta guerra fratricida entre antiguos socios en negocios turbios, con la sensación de estar atrapada dentro de una novela de John Grisham.
Una ciudadanía a la que, además, se toma por idiota. No pueden entenderse de otra manera si no, algunas actitudes de las últimas horas de miembros del Partido Popular, tratando de arropar a su líder, en el sentido de que romper el silencio sería hacerle el juego a quien no es más que un delincuente, a quien se debe simplemente ignorar. Esa táctica puede que sirva para las bravatas de un borracho durante una noche de fiesta, pero ante acusaciones tan graves en un asunto tan turbio, no. En un caso así, o se sale inmediatamente a defender el propio honor con palabras muy duras contra quien te acusa de cosas tan sucias, o se instala firmemente en los espectadores de la pelea la idea de que callas porque tienes miedo. Que es lo que esta empezando a pasar. Los españoles comienzan a pensar que esto ya va mas allá de la costumbre de Rajoy de sentarse a esperar que los problemas se resuelvan solos. Que lo que en realidad pasa es que Bárcenas conoce demasiados trapos sucios como para que nadie se atreva a alzar la voz contra él. Un panorama que obliga a confiar en la suerte y esperar. Mientras tanto, se impone la ley del silencio. El silencio de los peperos.
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