lunes, 28 de julio de 2014

¿Antisemita?

Este pequeño artículo que estas leyendo es una pieza de antisemitismo. No en el sentido tradicional del término, claro. Aquí no vas a encontrar negacionismo del Holocausto, ni locas teorías conspirativas sobre complots judíos para dominar el mundo. Esas mierdas tendrás que ir a buscarlas a páginas de la ultraderecha. Tampoco tonterías sobre como los judíos mataron a Cristo y demás idioteces propias del nacionalcatolicismo. No, este artículo es antisemita en el sentido bastardo del término que esta de moda ahora. Este artículo es antisemita según esa moda, porque, imagino que ya lo habrán adivinado, va a criticar duramente al gobierno de Israel, y su política genocida, y a tratarles de criminales de guerra y de fascistas (otro término que se usa de forma bastarda muy a menudo, pero que creo que aquí se puede usar en consonancia con la definición clásica del mismo) y al discurso de propaganda con el que tratan de justificar sus crímenes. Y al final, permítanme el spoiler, les va a acusar a ellos mismos de antisemitas.

Pieza de propaganda del ejercito de Israel destinada a los occidentales.

La propaganda es consubstancial a la política, sobre todo si esa política justifica el uso de la violencia como herramienta de acción y difusión ideológica válida. Donde hay violencia política, siempre va a haber propaganda. Y siempre en el mismo sentido: nuestra violencia es mera autodefensa. Todos dicen lo mismo, así que es el ojo del espectador el que ha de decidir, dotado de su sentido crítico, quien dice la verdad, quien simplemente se defiende, usando la mínima fuerza necesaria para repeler a un agresor, y quien abusa con sadismo de sus semejantes. Y no es necesaria una gran preparación intelectual para ello. No hace falta leer sesudos ensayos sobre ética, filosofía o derecho, ni mucho menos. Basta con haber visto un par de episodios de Kung Fu Panda para darse cuenta de que la octavilla israelí que ilustra estas lineas es una obra maestra de victimismo hipócrita. Por eso la propaganda sola no basta, ha de haber censura, para evitar que las informaciones contrarias a tus intereses lleguen al público, pero por si eso falla (y en el mundo hiperconectado de hoy cada vez es más fácil eludir la censura) ha de haber adoctrinamiento para adormecer ese sentido critico. Esto se hace de dos maneras: por una parte, construyendo modelos de comportamiento que muestren como positivo el comportamiento abusivo, para educar en la violencia (Kung Fu Panda es una nenaza, los héroes de verdad han de ser rudos, como Batman) y por otro, satanizando la crítica. Y aquí es donde entra en juego la apelación al antisemitismo.

El tener un pasado en el que los tuyos fueron una vez los oprimidos te blinda a primera vista contra la sospecha de ser tú mismo un tirano. Alguien que ha pasado por eso, no lo haría, es lo que se piensa. El problema es que la experiencia de ser víctima de abusos no se hereda. La empatía que a menudo siente quien ha sido oprimido por otras víctimas de opresión es una experiencia demasiado personal. Lo que si se transmite muy fácilmente de generación en generación es el miedo a los horrores del pasado. Y donde hay miedo, es fácil educar en el odio y la violencia. Pero ese mismo pasado trágico es también una excelente arma arrojadiza. Si tu comportamiento es indigno y se te reprende, es muy sencillo recordar los dramas del pasado y acusar a tu vez a tu acusador de ser un continuador de los mismos y actuar por prejuicio. Si el drama es lo suficientemente grande, como en el caso de la apelación al antisemitismo lo es, la natural vergüenza que ha de sentir quien critica una injusticia al ser acusado de complicidad con algo así frena la acometida, y proporciona un tiempo valioso para preparar un contraargumento más elaborado.

El problema con esta estrategia es que es de muy corto recorrido. La primera vez, te impacta. La segunda vez, ya te suena conocida. Y a la tercera ya te la esperas y no te hace efecto. Y los israelíes ya llevan demasiado tiempo usando el espantajo del antisemitismo como para que nadie que no sea de los mas convencidos de sus partidarios compre esa historia. Pero esto tiene un efecto secundario bastante indeseable, y es que al público deja de impresionarle la palabra "antisemita", cosa que es bastante peligrosa. Todos hemos oído alguna vez esa fábula del pastor bromista al que le gustaba tomar el pelo a sus vecinos al grito de "que viene el lobo", y lo que paso cuando todo el mundo se acostumbró a tomarse la alarma a broma, y un día de verdad vinieron los lobos. Por eso comenzaba este artículo acusando a los propagandistas que agitan el espantajo del antisemitismo tan a la ligera de ser ellos mismos antisemitas, porque son los mejores colaboradores del verdadero antisemitismo. A día de hoy estamos tan acostumbrados a la falsa alarma, que cuando escuchamos: "Fulano es un antisemita", lo primero que pensamos es que Fulano seguramente ha criticado a los israelíes, y no le damos mayor importancia. Y es posible que lo que Fulano haya hecho sea negar el Holocausto, o hasta justificarlo, pero nadie se da cuenta, porque tanta falsa alarma nos ha hecho perder el miedo al lobo. Y estos lobos, por desgracia, se dan cuenta de cuando los aldeanos han bajado la guardia por culpa de las falsas alarmas repetidas. El abuso del victimismo de los israelíes y y sus partidarios acabaremos pagándolo todos en forma de infiltración de personajes de la ultraderecha si no estamos muy alerta, para discernir el verdadero antisemitismo de la justificada y necesaria crítica hacia la política criminal de Israel.

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