A veces se me hace muy difícil autoconvencerme de que España es un país real, y no una caricatura perteneciente a una obra de ficción cómica, como el mítico Freedonia de Sopa de Ganso, porque pasan en dicho territorio cosas dignas de una película de los Hermanos Marx. El ultimo episodio marxista-grouchista aconteció este pasado viernes. Como parte de la programación infantil de Carnaval, alguna lumbrera decidio contratar la representación de la obra La Bruja y Don Cristobal de la compañía teatral granadina Titeres desde abajo. Una sátira sobre la violencia y la opresión, probáblemente poco apropiada para el público infantil, y que de hecho en la propia pagina web de la compañia teatral no aparece entre las obras de su repertorio consideradas como estrictamente infantiles. Como era de esperar, la representación de una obra de tal cariz frente a un público familiar provocó las quejas y protestas de buena parte de los espectadores. Hasta aquí nada de especial. Lo que convierte a este espisodio en un esperpento es que intervino la policía, llevandose detenidos a los titiriteros acusados de un delito de apología del terrorismo.
Cartel del estreno de la obra de la polémica en Granada
Como friki que se enorgullece de serlo, en este episodio sí veo algo criticable, que debería movernos a reflexionar, y es la pervivencia del prejuicio sobre ciertas formas artísticas, consideradas tradicionalmente menores, y solo aptas para consumo del público infantil. El cómic o el cine de animación han vivido tradicionalmente con ese estigma, que solo recientemente, con la creciente popularidad de dichas artes entre el gran público, comienza a disiparse mínimamente. Desgraciadamente no es el caso de otros géneros menos populares, como el teatro de marionetas. Sin embargo, cualquier forma de narrar una historia es, técnicamente, apta para cualquier temática. Es solo la costumbre la que nos dicta que artes son más o menos apropiadas para el público infantil o adulto, pero las costumbres cambian, y ningún arte es, por definición, menor. Contratar, como parece ser que pasó, una obra guiandose solo por una sinópsis de unas pocas lineas, sin tomar la precaución de informarse más a fondo, para ver si es apta para el público infantil, es una grave negligencia que debería acarrear responsabilidades, como parece que así ha sido, pues el encargado de la contatación ha sido cesado como consecuencia del escándalo.
Hasta aquí, todo correcto. Lo que ya no es justificable en ningún momento es llevarse detenidos a los miembros de la compañia, y mucho menos acusados de algo tan serio como el enaltecimiento del terrorismo. Acusación simplemente justificada por la presencia de un cartel con un nombre ficticio, ALKA-ETA, en realidad un juego de palabras que recuerda a las organizaciones terroristas ETA y Al Qaeda. Cartel que, en la historia que se narra, es usado para acusar fálsamente a uno de los personajes de terrorista. Un elemento de atrezo perfectamente justificado por el guion, por tanto. Y una triste ironía de la vida, que los autores de una obra que caricaturiza la banalidad con que se acusa, hoy día, a cualquiera de connivencia con algo tan serio como el terrorismo, sean ellos mismos víctimas de aquello que denuncian en su obra, por el simple hecho de haberla representado frente al público equivocado, un error del que no son responsables. Pero nos equivocaríamos si quisieramos ver en este hecho tan solo un episodio de censura ejercida por el poder sobre la crítica a su discurso hegemónico, cosa ya de por si muy grave. Porque aparte de esto, hay también un ruin elemento de táctica política.
Me explicaré: el Ayuntamiento de Madrid había estado en manos de la derecha desde el año 1989. La última alcaldesa conservadora de la capital española fue Ana Botella, esposa del expresidente del Gobierno Jose María Aznar, ídolo del sector más conservador y tradicionalista dentro del partido hegemónico de la derecha española, el Partido Popular (PP). No es exagerado decir que algunos de sus seguidores le veían como "alcalde consorte" de Madrid. En 2015, en medio de la fuerte crisis política que vive España, se celebran elecciones municipales, y el PP pierde gran cantidad de alcaldías, entre ellas, la de Madrid, que pasa a manos de Manuela Carmena, de la coalición de izquierdas Ahora Madrid. Es un duro golpe para el orgullo de la derecha, que inicia desde sus medios de comunicación afines una feroz campaña contra la nueva alcaldesa. Una campaña basada en criticar, más que la acción política, como debería ser en un país serio, las formas, y muchas veces fijándose en banalidades que entran dentro del simple terreno de la estética. Famosa en ese sentido ha sido la absurda polémica reciente sobre los trajes de los Reyes Magos, en la cabalgata que para tal festividad se celebra en Madrid.
Esta crítica feroz a las formas en ausencia de verdadero fondo para sustentarla ha encontrado un filón en este desliz. Ciertamente es un error que debe pagarse, pero con el cese fulminante de la persona que contrata un espectáculo inapropiado para el público al que iba dirigido es más que suficiente. Querer buscar responsabilidades políticas más allá de eso es ir demasiado lejos. Y decir, como algunas voces afines a la derecha están diciendo, que el Ayuntamiento de Madrid alecciona a los niños en el desprecio a las victimas del terrorismo, es de una mezquindad tan grande que habría de hacer que la cara de la persona que proclama tal infamia se cayera al suelo de pura vergüenza, en el supuesto que dicha persona conociera este sentimiento, lo cual es más que dudoso. Pero lo que no tiene ningún perdón, lo que es una canallada y un abuso más alla de toda medida, es que unos artistas den con sus huesos en prisión, acusados injustamente de un delito tan grave, simplemente por venir a presentar con toda la ilusión del mundo su trabajo, y quedar atrapados sin darse cuenta en este sucio juego político de tratar de destruir al adversario sin importar los medios. Que todo esto tiene una finalidad política lo muestra a las claras que la misma obra se representó sin problemas en Granada unos días antes. ¿Ante un público más apropiado? Tal vez, pero sobre todo, en una ciudad donde ya hay un alcalde conservador, y por tanto, el juego sucio del que hablaba no es necesario. Es sencillamente repugnante, y una muestra de la aún muy pobre calidad de la democracia española.
Eso sí, no querría despedir este artículo sin hacer una crítica a la última actuación del Ayuntamiento de Madrid en este tema, que ha sido la de personarse como parte en la denuncia presentada contra los miembros de la compañía teatral por tan absurda acusación. Solo se me ocurre una palabra para definirla: cobardía. Bien saben que no hay delito alguno en los hechos, la ficción es solo eso, ficción. Pero ceder al ruido apocalíptico de un aparato propagandístico que solo desea tu destrucción es un error. No vas a conciliarlos, sino todo lo contrario, lo interpretarán como un signo de debilidad. Lo siento, Manuela Carmena, pero así, no.
Me encanta tu blog :)
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