miércoles, 25 de noviembre de 2015

Esperando al gallina.

Tal vez aun le recuerden. Fue el hombre de moda en la primavera - verano del 2015. Hablaban de él en todas las tertulias televisivas. Su cara estaba en todas partes. Su motocicleta, su chaqueta de cuero, su cabeza rasurada, esa mirada y esa pose de actor de carácter, de tipo duro... uno casi se lo podía imaginar entrando a las reuniones del Eurogrupo con la cámara enfocándole en plano contrapicado al cruzar la puerta, y con los acordes de Bad to the Bone sonando de fondo. Yanis Varoufakis, Ministro de Finanzas de Grecia por entonces. El hombre que podía destruir la Eurozona con una sola palabra. Héroe para muchos, villano para muchos otros, no dejaba a nadie indiferente. Mucha gente oyó hablar entonces por primera vez en su vida de una esotérica rama de las matemáticas llamada teoría de juegos, en la que Varoufakis era un experto, decían. Aunque me permitirán presumir un poco y decir que yo ya había leído antes algo sobre la aplicación de esa extraña ciencia a la política y la economía. Fue en un libro bastante irónico titulado La economía no existe, publicado en 2010, en uno de cuyos capítulos se le echaba la culpa de la crisis a Russell Crowe, a modo de broma para introducir el tema, ya que Crowe había interpretado en la pantalla a John Nash, uno de los creadores de dicha ciencia. El autor de aquel libro tan divertido era un por entonces poco conocido periodista llamado Antonio Baños.

Ironías de la vida, ahora en plena temporada otoño - invierno del 2015, Varoufakis ha pasado de moda y se ha convertido en un discreto profesor universitario, mientras que Antonio Baños comienza, en una escala más modesta, todo hay que decirlo, a despuntar en esa incómoda posición de héroe para unos, villano para otros, señalado por los medios como el hombre que tiene en sus manos el futuro del proceso independentista catalán. Luego volveremos con estos dos personajes, pero ahora permítanme hablar un poco sobre el tema de la teoría de juegos. Básicamente estudia y clasifica los juegos en categorías según los métodos y tácticas de resolución. Lo que la hace interesante para el público no especializado es su uso en estrategia aplicada a muchos campos, la economía y la política entre ellos. Entre los muchos juegos usados como modelos de referencia en estos campos, y de los que se habló mucho durante el verano de la fama de Varoufakis, está el juego que menciono en el título de este artículo, el del gallina.

El juego del gallina en su versión cinematográfica más famosa: Rebelde sin causa (1955)

La formulación del juego del gallina es simple: dos conductores se desafían a dirigirse al mismo tiempo y sin perderse de vista mutuamente hacia un peligro cierto. El primero de los dos en emprender una acción evasiva es el gallina, y pierde el juego, cuya gracia está en acercarse lo máximo posible al peligro... sin resultar dañado, por supuesto. Sin duda, la más famosa aparición en el cine de este desafío es en la película Rebelde sin causa, de 1955, que también nos ilustra los peligros de este juego cuando sale del terreno metafórico: uno de los competidores se despeña por un barranco tratando de apurar al máximo para ganar la apuesta. Por supuesto, se trata de una escena de gran dramatismo, y eso explica que en la mayoría de películas (luego les hablaré de una notable excepción) en que este desafío aparece en el argumento, solo lo haga una vez durante toda la proyección, como escena cumbre. Cosa que nos da un cierto sesgo a la hora de juzgar esta clase de escenarios. Y ahora, veamos su traslación como metáfora a situaciones de la vida real, con dos ejemplos bien conocidos, uno pasado y otro presente. Para el primero, volvamos a la primavera de 2015...

Imagino que ya conocen la historia, en abril de 2015 deberían iniciarse las negociaciones para posibilitar un tercer rescate financiero a Grecia, con la fecha limite del 30 de junio para conseguir el acuerdo, pero se llega a mayo sin que haya posibilidad de acuerdo a la vista. El nuevo gobierno de izquierdas se resiste a aceptar los términos draconianos impuestos por la llamada Troika para la concesión del préstamo, y las negociaciones se encallan. A finales de junio se llega al clímax narrativo del drama. El gobierno griego decide someter a votación el acuerdo, votación que se lleva a cabo el 5 de julio, con resultado de rechazo. La tensión aumenta, mientras se van superando una a una varias lineas rojas. Se implanta el corralito, se escuchan vaticinios catastróficos sobre la quiebra de Grecia, la expulsión del euro, la fractura y hasta desintegración de la Eurozona... el precipicio se acerca. Finalmente el 6 de julio, Varoufakis, partidario de seguir con la escalada de tensión hasta el final, presenta la dimisión como Ministro de Finanzas al sentirse desautorizado, y a partir de ahí se rebaja la tensión hasta llegar a un acuerdo (bastante desfavorable a Grecia) el día 13. Chirrido de frenos, volantazo... el público suspira aliviado en sus butacas: tenemos un gallina, y se ha evitado el desastre. O eso, al menos, es lo que nos dicen.

La llamada matriz de recompensas para el juego del gallina. No hay consenso claro a la hora de representar la (anti)recompensa para la opción sigue-sigue, mas allá de hacerlo con un numero negativo de magnitud muy superior a la posible ganancia a obtener en cualquier otro caso.

Bien, volvamos a noviembre del 2015, el presente en el momento en que escribo esto. En 27 de septiembre se celebraron elecciones anticipadas al parlamento de la Comunidad Autónoma de Catalunya, consideradas un test para adivinar la verdadera fuerza de la opción independentista que había ido ganando apoyo en dicho territorio durante los últimos años. El resultado final aun genera discrepancias a la hora de interpretar los resultados en cuanto al porcentaje de votos (según unos, el independentismo pierde aunque sea por la mínima, mientras otros consideran que gana, pues creen que debería restarse del bloque unionista el porcentaje obtenido por los partidos que rechazaron expresamente tomar partido en el debate independentista) pero lo que genera el problema del que hablaremos a continuación es el hecho de que los partidos independentistas consiguen, gracias a una ley electoral que prima el voto de las circunscripciones rurales, la mayoría en el parlamento, pero divididos en dos grupos. Uno mayoritario, el de la coalición Junts pel Si (JxS), constituida, junto con algunas figuras independientes de prestigio, por las formaciones CDC, democristiana, y ERC, socialdemócrata, es por lógica el llamado a formar Gobierno. Sin embargo su mayoria no es suficiente, y el único apoyo en principio posible, en un escenario polarizado en torno a la cuestión independentista, es el de la otra formación partidaria de la secesión representada en el parlamento, la Candidatura d'Unitat Popular (CUP), formación asamblearia de izquierda radical liderada (con todas las salvedades que hay que hacer al usar esta palabra hablando de organizaciones asamblearias) por el ya mencionado Antonio Baños, que muestra un abierto rechazo a la figura de Artur Mas, el presidenciable propuesto por JxS y líder indiscutible de dicha coalición. Es cuando este nombre aparece sobre la mesa cuando, como era previsible, las negociaciones se encallan.



Resultados de las elecciones al parlamento autonómico de Catalunya el 27 de septiembre de 2015. Fuente de la imagen: Expansion.com

Ya tenemos una negociación encallada en torno a dos posturas en principio irreconciliables. Pero para poder jugar al gallina en condiciones necesitamos algo más, la amenaza de un desastre en ciernes si uno de los jugadores no cede. Este elemento imprescindible nos lo proporciona la fecha del 9 de enero de 2016, fecha tope para que, según la ley vigente, se constituya el Gobierno. Si a la medianoche de ese día fatídico no hay Gobierno, automáticamente se han de repetir las elecciones, con el descrédito que semejante fracaso representa para todos los implicados en la negociación. A estas alturas de la película, la tensión es máxima. La presión mediática sobre los actores implicados para que cedan es extrema, muy especialmente sobre la CUP, claramente percibida como el contendiente más débil en el duelo. Mientras tanto, la sociedad catalana ejerce el papel del público que se muerde las uñas angustiado en sus butacas, esperando el desenlace del drama. Pero, un momento... ¿de verdad es todo tan dramático?

El último gran héroe (1993) película que caricaturiza diversos clichés del cine de acción, entre ellos el desafío del gallina.

Uno de los problemas a la hora de contemplar como público el juego del gallina, es que tendemos a pensar que se trata de un juego a una sola ronda. En la ficción está claro que es un efecto dramático potente del que no se debe abusar, pero en su traslación como metáfora a la vida real, no es nada raro que dos contendientes que ya disputaron un "duelo" se vean envueltos más adelante en un nuevo enfrentamiento, muy probablemente derivado del primero, y ahí el recuerdo de la actuación anterior puede poner en seria desventaja a una de las partes. Todos sabemos que es muy fácil apostar contra alguien a quien ya vimos perder una vez, ¿no? El desarrollo que han seguido las negociaciones sobre la deuda griega después del verano son un claro ejemplo de esto. En la jerga de teoría de juegos lo llaman quedar atrapado por el equilibrio de Nash, una especie de agujero negro de la derrota. Por eso a veces puede resultar positivo adoptar la estrategia aparentemente suicida. Ir al choque, calculando que los daños son asumibles. Déjenme que les cuente otra película...

El último gran héroe se estrenó en 1993. Se trata de una comedia que caricaturiza el cine de acción, protagonizada por Arnold Schwarzenegger, y en ella podemos ver la friolera de tres desafíos del gallina. Como es una comedia, se lo puede permitir, pero de los tres el interesante es el último, en el que los contendientes llegan hasta el final y chocan sus coches. Es un momento dramático, en el que el chaval que coprotagoniza la película corre llorando hacia el lugar del choque.... justo para ver a Scwwarzenegger salir de entre la chatarra quejándose de las magulladuras que se ha hecho, y ante las recriminaciones de su compañero de reparto, bromear sobre el hecho de que su coche tenía airbag, y el de su enemigo, no. Es un ejemplo que, aparte de desdramatizar bastante el escenario, nos ilustra sobre el hecho de que, a veces el daño que implica aguantar hasta el final puede ser asumible, si esperamos obtener un mayor beneficio a más largo plazo.

Así pues, quizá debamos preguntarnos a la hora de juzgar la situación actual en Catalunya, si la catástrofe profetizada en caso de desacuerdo es tan catastrófica como muchos dicen. En mi opinión personal, es posible que ir al choque sea la mejor opción. Se nos presentaron las elecciones de septiembre como un plebiscito sobre el proceso soberanista (el ya llamado Procés, con P mayúscula) pero una de las partes negó en todo momento que el dicho proceso se tratase de una cuestión personalista, planteando incluso una campaña electoral en la que su presidenciable mostró un perfil bajo. Si ahora resulta que sí que se trataba de una cuestión personalista, qué menos que un nuevo plebiscito sobre la persona. Sin dramatismos. En muchas partes del mundo se contempla celebrar una segunda vuelta de las elecciones, si en la primera votación la mayoría obtenida no ha sido suficiente, y nadie se rasga las vestiduras por ello. Lo importante es que aquellos que contemplamos como público la película dejemos un momento de mordernos las uñas, y analicemos con calma el argumento. Porque a lo mejor resulta que estamos viendo una comedia allá donde hay muchos interesados en vendernos que estamos viendo un drama.

Para profundizar sobre el tema del juego del gallina desde la perspectiva de la teoría de juegos, recomiendo leer estos dos artículos que enlazo a continuación. A mi me han sido muy útiles. Y sí, también recomiendo ver las películas y leer los libros que menciono en este artículo.

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