Hay cosas que pertenecen a la mas rancia tradición. Pero rancia de verdad, de esa que emana un pestilente olor a revenido. Una de ellas es que en España, cuando llega el verano, gobierna la derecha y el Gobierno tiene problemas de imagen, monta un numerito para exaltar el patrioterismo barato, y así, entre soflamas encendidas para consumo de paletos, tapar con la bandera miserias y corruptelas. Habitualmente el chivo expiatorio de estas soflamas solían ser los catalanes, pero como resulta que, después de tantos años de acusarles de ser unos separatistas vendepatrias cada vez que pedían dejar de ser tratados como ciudadanos de segunda, ahora se han empezado a plantear que igual no está tan mal eso de ser separatistas de verdad, y se pasan el día con la calculadora en la mano, para ver si cuadran los números y sale a cuenta declararse independientes, quizá es mejor no provocarles. Por suerte, hay un recurso que siempre estará a mano para exaltar el fervor patriotero de los suyos: Gibraltar.
Ah, Gibraltar, esa espina clavada en la planta del pie de tanto nostálgico de glorias imperiales más que caducas. Si, ya lo se, es un paraiso fiscal, un nido de corrupción, una base de operaciones de la mafia financiera global, pero ¿me van a decir ahora que eso les importa mucho a los adalides españoles del capitalismo más salvaje? ¿Cuanto votante del PP no tendrá alguna sociedad registrada en la roca a su nombre para evadir impuestos? Por favor, que no nacimos ayer. Les importa bien poco a ellos todo eso. Es más, llorarían amárgamente la desaparición de este y de tantos otros paraisos fiscales. Pero Gibraltar siempre es un tema que viene muy bien para fidelizar votos del sector mas rancio del electorado de la derecha. Ese nombre evoca entre ellos aromas de franquismo tardío, de transición vigilada, de unos tiempos en que uno podía salir a la calle berreando "¡viva España!" después de entonarse con un par de copas de brandy, y conseguir que le miraran como a un machote peligroso, no como a un gilipollas que no aguanta la bebida como pasa ahora. En España, la caspa siempre tendrá compradores fieles.
Pero si cutre y caduco es el tema en si mismo, las tonterías que se han dicho en el transcurso del conflicto constituyen una verdadera antología del disparate. Recapitulemos: la excusa para armar este cirio ha sido la instalación por parte de los gibraltareños de arrecifes artificales en unas aguas de soberanía en disputa. Pues bien, la primera perla la soltó al respecto el inefable ministro español de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Miguel Arias Cañete, esperpéntico personaje de larga tradición en esto de hacer declaraciones hilarantes, quien no dudó en calificar de delito ecológico dicha actuación, afirmando que era dañina para el medio ambiente, asi como para las prácticas pesqueras convencionales. Afirmación que no ha tardado mucho en ser rebatida por la organización Greenpeace. Eso sin entrar a considerar lo grotesco que resulta invocar principios conservacionistas para defender los intereses sectoriales de esa aberración ecológica que es la pesca de arrastre, que a eso se refería el ministro con lo de las prácticas pesqueras convencionales.
Una vez comprobado que tratar de vender como antiecológico un método que se usa a lo largo y ancho del mundo (España incluida) para preservar los ecosistemas marinos no colaba, y que la mascarada patriotera seguía sin ser comprada fuera del círculo de su clientela habitual, tocaba una segunda estrategia: desde el Partido Popular se afirma que lo que el Gobierno esta haciendo es defender los derechos de los trabajadores. No parece que los trabajadores esten muy de acuerdo con tal afirmación, al menos no los que se desplazan cada día al otro lado de la frontera para incorporarse a su puesto de trabajo, ya que ese mismo día representantes de los trabajadores españoles en Gibraltar expresaban su protesta. El broche final (de momento) lo ha puesto la delegada del Gobierno en Andalucía, al apelar a la solidaridad obrera de esos mismos trabajadores, que ahora saben por experiencia propia lo que debe sentir un trabajador palestino, al tener que soportar horas de espera y humillaciones en la frontera antes de poder cruzarla para ir a su puesto de trabajo en territorio del rico país vecino. Con la salvedad de que, a diferencia de lo que les ocurre estos días a los españoles, a los palestinos no es la policía de su propio país la que les humilla, sino la del vecino rico.
En cualquier caso, tiene sorna eso de escuchar al Gobierno de los recortes, destructor de derechos ciudadanos y paladín de la explotación laboral, apelando a la solidaridad obrera para poder mantener esta ópera bufa que, a nadie se le escapa ya, tiene la única finalidad de desviar la atención para que no se hable de El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado. Pero que, lamentáblemente para sus intereses, no parece que haya enganchado demasiado el favor del público. Y es que algunos parece que no se han enterado de que estamos ya en 2013, y lo de "Gibraltar español" ya empezó a quedar pasado de moda en los 90.
La ya famosa frontera entre Gibraltar y España (foto de Wikimedia Commons)
Ah, Gibraltar, esa espina clavada en la planta del pie de tanto nostálgico de glorias imperiales más que caducas. Si, ya lo se, es un paraiso fiscal, un nido de corrupción, una base de operaciones de la mafia financiera global, pero ¿me van a decir ahora que eso les importa mucho a los adalides españoles del capitalismo más salvaje? ¿Cuanto votante del PP no tendrá alguna sociedad registrada en la roca a su nombre para evadir impuestos? Por favor, que no nacimos ayer. Les importa bien poco a ellos todo eso. Es más, llorarían amárgamente la desaparición de este y de tantos otros paraisos fiscales. Pero Gibraltar siempre es un tema que viene muy bien para fidelizar votos del sector mas rancio del electorado de la derecha. Ese nombre evoca entre ellos aromas de franquismo tardío, de transición vigilada, de unos tiempos en que uno podía salir a la calle berreando "¡viva España!" después de entonarse con un par de copas de brandy, y conseguir que le miraran como a un machote peligroso, no como a un gilipollas que no aguanta la bebida como pasa ahora. En España, la caspa siempre tendrá compradores fieles.
Pero si cutre y caduco es el tema en si mismo, las tonterías que se han dicho en el transcurso del conflicto constituyen una verdadera antología del disparate. Recapitulemos: la excusa para armar este cirio ha sido la instalación por parte de los gibraltareños de arrecifes artificales en unas aguas de soberanía en disputa. Pues bien, la primera perla la soltó al respecto el inefable ministro español de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Miguel Arias Cañete, esperpéntico personaje de larga tradición en esto de hacer declaraciones hilarantes, quien no dudó en calificar de delito ecológico dicha actuación, afirmando que era dañina para el medio ambiente, asi como para las prácticas pesqueras convencionales. Afirmación que no ha tardado mucho en ser rebatida por la organización Greenpeace. Eso sin entrar a considerar lo grotesco que resulta invocar principios conservacionistas para defender los intereses sectoriales de esa aberración ecológica que es la pesca de arrastre, que a eso se refería el ministro con lo de las prácticas pesqueras convencionales.
Una vez comprobado que tratar de vender como antiecológico un método que se usa a lo largo y ancho del mundo (España incluida) para preservar los ecosistemas marinos no colaba, y que la mascarada patriotera seguía sin ser comprada fuera del círculo de su clientela habitual, tocaba una segunda estrategia: desde el Partido Popular se afirma que lo que el Gobierno esta haciendo es defender los derechos de los trabajadores. No parece que los trabajadores esten muy de acuerdo con tal afirmación, al menos no los que se desplazan cada día al otro lado de la frontera para incorporarse a su puesto de trabajo, ya que ese mismo día representantes de los trabajadores españoles en Gibraltar expresaban su protesta. El broche final (de momento) lo ha puesto la delegada del Gobierno en Andalucía, al apelar a la solidaridad obrera de esos mismos trabajadores, que ahora saben por experiencia propia lo que debe sentir un trabajador palestino, al tener que soportar horas de espera y humillaciones en la frontera antes de poder cruzarla para ir a su puesto de trabajo en territorio del rico país vecino. Con la salvedad de que, a diferencia de lo que les ocurre estos días a los españoles, a los palestinos no es la policía de su propio país la que les humilla, sino la del vecino rico.
En cualquier caso, tiene sorna eso de escuchar al Gobierno de los recortes, destructor de derechos ciudadanos y paladín de la explotación laboral, apelando a la solidaridad obrera para poder mantener esta ópera bufa que, a nadie se le escapa ya, tiene la única finalidad de desviar la atención para que no se hable de El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado. Pero que, lamentáblemente para sus intereses, no parece que haya enganchado demasiado el favor del público. Y es que algunos parece que no se han enterado de que estamos ya en 2013, y lo de "Gibraltar español" ya empezó a quedar pasado de moda en los 90.
No hay comentarios:
Publicar un comentario