Hay cosas que pertenecen a la mas rancia tradición. Pero rancia de verdad, de esa que emana un pestilente olor a revenido. Una de ellas es que en España, cuando llega el verano, gobierna la derecha y el Gobierno tiene problemas de imagen, monta un numerito para exaltar el patrioterismo barato, y así, entre soflamas encendidas para consumo de paletos, tapar con la bandera miserias y corruptelas. Habitualmente el chivo expiatorio de estas soflamas solían ser los catalanes, pero como resulta que, después de tantos años de acusarles de ser unos separatistas vendepatrias cada vez que pedían dejar de ser tratados como ciudadanos de segunda, ahora se han empezado a plantear que igual no está tan mal eso de ser separatistas de verdad, y se pasan el día con la calculadora en la mano, para ver si cuadran los números y sale a cuenta declararse independientes, quizá es mejor no provocarles. Por suerte, hay un recurso que siempre estará a mano para exaltar el fervor patriotero de los suyos: Gibraltar.
Ah, Gibraltar, esa espina clavada en la planta del pie de tanto nostálgico de glorias imperiales más que caducas. Si, ya lo se, es un paraiso fiscal, un nido de corrupción, una base de operaciones de la mafia financiera global, pero ¿me van a decir ahora que eso les importa mucho a los adalides españoles del capitalismo más salvaje? ¿Cuanto votante del PP no tendrá alguna sociedad registrada en la roca a su nombre para evadir impuestos? Por favor, que no nacimos ayer. Les importa bien poco a ellos todo eso. Es más, llorarían amárgamente la desaparición de este y de tantos otros paraisos fiscales. Pero Gibraltar siempre es un tema que viene muy bien para fidelizar votos del sector mas rancio del electorado de la derecha. Ese nombre evoca entre ellos aromas de franquismo tardío, de transición vigilada, de unos tiempos en que uno podía salir a la calle berreando "¡viva España!" después de entonarse con un par de copas de brandy, y conseguir que le miraran como a un machote peligroso, no como a un gilipollas que no aguanta la bebida como pasa ahora. En España, la caspa siempre tendrá compradores fieles.
La ya famosa frontera entre Gibraltar y España (foto de Wikimedia Commons)
Ah, Gibraltar, esa espina clavada en la planta del pie de tanto nostálgico de glorias imperiales más que caducas. Si, ya lo se, es un paraiso fiscal, un nido de corrupción, una base de operaciones de la mafia financiera global, pero ¿me van a decir ahora que eso les importa mucho a los adalides españoles del capitalismo más salvaje? ¿Cuanto votante del PP no tendrá alguna sociedad registrada en la roca a su nombre para evadir impuestos? Por favor, que no nacimos ayer. Les importa bien poco a ellos todo eso. Es más, llorarían amárgamente la desaparición de este y de tantos otros paraisos fiscales. Pero Gibraltar siempre es un tema que viene muy bien para fidelizar votos del sector mas rancio del electorado de la derecha. Ese nombre evoca entre ellos aromas de franquismo tardío, de transición vigilada, de unos tiempos en que uno podía salir a la calle berreando "¡viva España!" después de entonarse con un par de copas de brandy, y conseguir que le miraran como a un machote peligroso, no como a un gilipollas que no aguanta la bebida como pasa ahora. En España, la caspa siempre tendrá compradores fieles.