Comienzo a escribir esta entrada en la terraza del bar de un hostal de mochileros en Phnom Penh. Es de noche, y el informe meteorológico indica 28º de temperatura y una humedad del 84%. El ambiente es agobiante, pero cualquiera acostumbrado a los veranos en Barcelona está más que capacitado para soportar estas condiciones. La sensación de agobio que ahora mismo me embarga no tiene nada que ver con el clima. Ni con comidas exóticas, ni con los proverbiales problemas de tráfico o contaminación de las grandes urbes asiáticas, a los que Phnom Pehn no es ajena. Es una sensación de incomodidad que acostumbra a asaltarme después de visitar ciertos monumentos muy concretos. Es la conciencia de que muy cerca de esta engañosamente tranquila terraza, a apenas la vuelta de la esquina de una bulliciosa arteria por donde cientos de motocicletas luchan cada día por un palmo de asfalto, a un par de cuadras del lugar donde comienzo a escribir estas lineas, se encuentra uno de los más impresionantes monumentos a la miseria más abyecta del ser humano: la infame prisión S-21, donde miles de disidentes políticos fueron torturados y ejecutados durante la dictadura de Pol Pot, hoy convertida en museo memorial a las víctimas del tirano. Pero no se engañen, aunque visitar un lugar así es siempre una experiencia deprimente, tampoco tiene nada que ver con la sensación de agobio que ahora siento. O al menos, no del todo. Es la conciencia de que, bueno, ¿donde está en España el monumento que honre a las víctimas del general Franco, uno de los tiranos más sanguinarios y execrables que ha producido la raza humana? ¿Donde el museo donde se explique, con espeluznante detalle, los horrores a los que sometió a su pueblo? ¿Donde el mausoleo donde reposen, con la dignidad exigida, los restos mortales de sus víctimas? Nada de todo eso que en Camboya, como en tantos otros países con periodos oscuros en su historia, no solo existe, sino que además forma parte destacada de las visitas consideradas imprescindibles en cualquier guia turística, existe en España. A día de hoy, los restos de miles de personas masacradas por el régimen dirigido por este asesino de masas siguen desperdigados por las cunetas de las carreteras, sin un monumento que honre su memoria que pueda ser visitado por locales o extranjeros.
Uno de los barracones de la antigua prisión S-21, conservado tal cual era.
Foto del autor del texto.